Aprovechando el estreno el mes pasado en cines de Cars 3, la tercera entrega de la saga de Pixar sobre un universo habitado por coches antropomórficos, se antoja interesante echar la vista sobre la influencia del mundo del motor en los niños. Los coches de juguete.
El automóvil ejerce un gran poder de fascinación sobre las personas, tanto en nuestra fase adulta como en la infancia. Coches en miniatura, coches teledirigidos o el mítico Scalextric para jugar a las carreras de coches, son buena prueba de ello. En los años 80, causó furor el TCR, similar al Scalextric, que introducía la variante de que los coches podían cambiar de carril.
En el mundo de los videojuegos, también han triunfado desde siempre aquellos basados en conducir un coche, bien sea en ámbito de carreras deportivas o de persecuciones policiales. Incluso muchos fans de estos juegos, se montan en casa auténticos simuladores usando pedales y volantes en vez del mando estándar.
También en juegos de tablero, se pueden encontrar varios basados en el mundo automovilístico. En ellos, las fichas son coches y se mueven con dados o con cartas de movimiento por un tablero que simula un circuito o una carretera.
En fin, está claro que un coche es algo más que una máquina para desplazarnos. El rugir del motor y los diseños de las carrocerías calan hondo en muchos corazones desde la más tierna infancia.
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